Era enero. María estaba en la vieja oficina desde la que ejercía como rectora en un colegio público de Manizales. Los rayos del sol de las 8 de la mañana atravesaban la ventana del pequeño lugar y daban brillo a todos los papeles que reposaban en el escritorio. Los estudiantes antiguos y nuevos estaban en proceso de matrícula. Cerca de las 10 de la mañana Pedro ingresó solo, sin acudiente, a la oficina. Con un saludo breve solicitó un cupo para grado décimo.
—¿Por qué no estás acompañado de tus padres?
—No tengo papá, y mi mamá trabaja en una casa de familia a la cuál no puede faltar.
—¿Cuántos años tienes?
—18 años.
—Pero ya debiste haber terminado tu bachillerato.
—He tenido dificultades económicas que me impidieron ir al colegio, por eso perdí grado décimo.