“Mi casa quedaba a media cuadra de la olla principal, una olla de ollas, donde se comercializaba de verdad en Soacha y en Bogotá”. Rafael cambia el tono enfático para hablar de un amigo de su padre, de 42 años, que mataron. “Él tenía la línea en el centro de Bogotá, a tan solo cuadra y media o dos cuadras de la Casa de Nariño”. La recuerda grande, vieja, con paredes muy gruesas. En ese lugar empezó a vender drogas en pequeñas cantidades, tanto a habitantes de la calle como a distinguidos personajes de la política colombiana, empresarios y universitarios. En un turno de doce horas podía ganar entre 50 mil y 60 mil pesos.
Según Rafael, el patrón de Bogotá era amable con él. Decía “váyase con esta mercancía”. Me gustaba mucho hablar con él porque no lo obligaba a uno a hacer absolutamente nada. Solo decía: “Vea chino, se va a ganar tanto si lleva esto al centro, ¿quiere o no?”.